martes, 8 de diciembre de 2020

Witold Gombrowicz, aspirante a asesino de Borges

«La diferencia entre un intelectual de [Europa] occidental y uno de [Europa] oriental es que, el primero, nunca ha recibido una patada en el c…»

Witold Gombrowicz achaca estas palabras a su compatriota, el poeta polaco Czesław Miłosz, autor de El pensamiento cautivo, obra donde este último reflexiona sobre la compleja y a veces bastarda relación entre la literatura y el totalitarismo.

Gombrowicz fue un tipo raro y al mismo tiempo fascinante. Novelista, dramaturgo, cuentista, traductor, ensayista y apátrida. Escribió la mayoría de sus obras en Argentina, donde vivió como refugiado por casi veinticinco años.

Él mismo cuenta que, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, el gobierno comunista polaco, en un momento de pretendido liberalismo, autorizó la reedición de algunas de sus obras publicadas en los años previos a la contienda. Para asombro de los censores del régimen, las reediciones fueron un gran éxito. De inmediato, los comunistas ordenaron que se retiraran del mercado y prohibieron que incluso se escribiera sobre el autor o su obra.

Gombrowicz es mejor conocido por su primera novela titulada Ferdydurke que, según él, estaba destinada a revelar la «gran inmadurez de la humanidad». Unos veinte años después de Ferdydurke publicó Pornografía que, según él explicara más tarde, se originó de la primera.

Gombrowicz en 1939
Gombrowicz también tradujo muchas de sus obras al español. De hecho, hizo un trabajo tan bueno con sus traducciones que algunas de ellas se consideran obras originales por derecho propio. 

Además, a Gombrowicz se le ha llamado a veces el (Joseph) Conrad de América Latina, debido en parte a que escribió en su segunda lengua, español, con el mismo afán perfeccionista que reconocemos en las obras de Conrad en la suya, el inglés (así como en muchos otros autores en segunda lengua como Ayn Rand, Vladimir Nabokov y el mismo Borges).

En su prefacio a Pornografia, en el cual trata de responderle a un colega que le había preguntado sobre el «propósito filosófico» de su novela, Gombrowicz afirma que la misma era una exploración de la «necesidad por lo inacabado … por la imperfección … por la inferioridad … por la juventud».

El prefacio de Pornografia es realmente interesante. Allí, Gombrowicz desarrolla una filosofía personal sobre la existencia humana que afirma que el hombre no quiere «ser dios», tal como lo propone el existencialismo sartreano, sino simplemente «joven». 

Sobre esta forma alternativa de existencialismo, Gombrowicz desarrolla también una teoría sobre el arte de la novela.

Para él, los hombres ocultan su verdadero yo detrás de una maraña de formas. Aprendemos estas formas de otras personas, las mismas personas con las que interactuamos todos los días durante nuestra vida. Nos adaptamos a estas formas simplemente porque necesitamos la aprobación y el reconocimiento del resto del mundo. Así, los hombres «se crean unos a otros imponiéndose formas los unos sobre los otros». La humanidad es la intrincada red que tejemos en nuestra propia existencia a partir de estas formas.

Como occidentales, sugiere Gombrowicz, todos apuntamos «al absoluto». Creemos en la perfección como el ideal supremo. La perfección es sinónimo de Dios, salvación y vida eterna. La perfección es la realización de lo imposible: eterna juventud sin impurezas, sin inmadurez. Puro sin sentido.

La obsesión de la civilización occidental por la perfección es, para él, totalmente errónea. Nuestra fijación por los valores absolutos, nuestro anhelo por la madurez absoluta y nuestra idealización del absoluto de Dios están todos equivocados simplemente porque representan el logro de la plenitud total.

¿Qué queda de la humanidad si todos estamos totalmente contentos con nuestra existencia? Somos lo que somos por nuestra insatisfacción, por nuestra incompletitud, por nuestra juventud. No es ser dios sino joven, imperfectos, incompletos … pero a nuestra propia discreción.

La novela es entonces una oportunidad para explotar ciertas posibilidades de esta dialéctica entre lo inacabado, lo incompleto, lo joven, y lo acabado, lo absoluto, lo viejo.

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Por cierto, Gombrowicz, quien como dije vivió en la Argentina por muchos años, cuenta en su Diario sobre su encuentro con Borges en 1955, durante una cena en casa de la escritora Silvina Ocampo, la mujer del también escritor, Adolfo Bioy Casares. Silvina era la hermana de Victoria, fundadora de la legendaria revista Sur. Bioy Casares era un amigo cercano y colaborador de Borges.

Gombrowicz cuenta allí lo impresionado que quedó con el conocimiento enciclopédico y el portento intelectual de Borges, a quien describe como un «argentino, pero a la manera europea».

Curiosamente, algunas malas lenguas aseguran que cuando Gombrowicz se marchó de la Argentina (circa 1963) en el barco Federico Costa, se le ocurrió gritar a todo gañote: «¡Maten a Borges!». Según esas malas lenguas, el polaco le tenía el ojo puesto al argentino precisamente porque representaba cierta façons d'être literaria; es decir, era un escritor o intelectual arquetipo, maduro, perfecto, acabado.

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Cierro comentando la cita inicial. Creo que estas palabras de Miłosz (Gombrowicz dixit) aplican no solo a los intelectuales de Europa oriental sino también a muchos en Latinoamérica. Y lo dejo hasta ahí.

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Este ensayo desarrolla algunas ideas sobre otro publicado originalmente en inglés en El amigo invisible.

miércoles, 21 de octubre de 2020

Borges, la cábala y el «New York Times»

 

El New York Times recién publicó un ensayo por la escritora canadiense Rivka Galchen, en donde ésta ofrece un comentario sobre el ensayo «La fruición literaria», una pieza juvenil de Jorge Luis Borges, publicada por allá por 1928. El ensayo es parte de la antología On Writing, recientemente publicada por la casa editorial Penguin Classic bajo la dirección editorial de Suzanne Jill Levine.

Allí, Galchen explora el tema de las influencias, particularmente en cuanto a la práctica de la escritura y, por otro lado, en relación al motivo, muy presente en Borges, del "ideal platónico del escritor" y de su culto. 

La crítica se concentra, como se dijo antes, en el ensayo «Literary Pleasure», que Borges publicó originalmente en español (en 1928) como "La fruición literaria" (*).

Robert L. Stevenson (c. 1893)
Fuente: Wikimedia Commons
Otro tema que Galchen explora en su ensayo es la influencia del escritor de aventuras escocés, Robert Louis Stevenson, sobre Borges. La misma ha sido bien documentada ya (por ejemplo, por Daniel Balderston en su libro El precursor velado: R. L. Stevenson en la obra de Borges), así que en esto Galchen no ofrece nada nuevo, fuera de su mención de la novela de Stevenson The Wrecker, que tampoco es nuevo como puede verse en el trabajo del mismo Balderston citado antes.

En fin, me interesa resaltar una cosa. Galchen menciona que Borges, en su prólogo a la antología El jardín de senderos que se bifurcan (parte de la colección Ficciones), explica sus razones para no escribir novelas del siguiente modo (aquí ofrezco la versión original de la cita en español):

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros… Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.(**)

Esta cita y la mención a la obra de Stevenson (cuyo tema ella resume con la frase «the hyperbolized material world measures up to the outsize passions of the heart»), le sirven a Galchen para desarrollar lo que es su motivo más interesante: la manera como el culto a la lectura conjura, en Borges, el deseo de inventar el libro que su corazón «desperately wishes to respond». Galchen cita, por ejemplo, el cuento «Pierre Menard, autor del Quijote» (también en Ficciones).

Como se recordará, Pierre Menard es un escritor que quiere componer el Quijote, «no otro Quijote», aclara, «sino el Quijote». Su deseo no es copiar la obra del castellano sino, usando la palabra de Galchen, «conjurarla». En otras palabras, Menard quiere crear una obra que produzca en el lector una experiencia idéntica a la que produjo la obra original en el lector del siglo XVII, pero trasladada al siglo XX. 

Si reiteramos, lo que Menard quiere hacer es «conjurar» la grandeza de la obra del castellano pero sin repetirla y, más importante aún, sin pretender ser otro Cervantes, sino seguir siendo él mismo, Pierre Menard.

Por cierto, un poco al margen, la novela del chileno Roberto Bolaño, Estrella distante, comienza con una operación similar: conjura al fantasma de Pierre Menard. Bolaño practicó también eso que podríamos llamar la poética borgesiana o la aproximación borgesiana a la literatura: que no es otra cosa que, como dice Borges, inventarse los libros para luego resumirlos, comentarlos.

Galchen ve en esta insistencia de Borges por inventar libros a los que él "desperately wishes to respond", la consecuencia inevitable de su convicción de que "book’s characters are only a string of words". 

Ahora bien, ¿y qué tienen que ver los «strings of words» con los conjuros? 

Bueno la relación es evidente sólo si entendemos la pasión de Borges por la cábala y por el esoterismo (***). 

Como sabemos, evidencia de esta pasión abunda en muchas de las historias de Borges, así como en algunos de sus poemas. Por ejemplo, uno de sus cuentos mas famosos, «El aleph», está inspirado en un tema cabalístico, al igual que su poema "El Golem", que es parte de la colección El otro, el mismo.

Gershom Scholem (1935)
Fuente: Wikimedia Commons
El hecho es que Borges sentía una fascinación casi enfermiza por la cábala, sobre la que aprendió en una serie de encuentros con Gershom Scholem, el filólogo y estudioso de la cábala israelí quien, además, fue también amigo y una gran influencia en el crítico alemán Walter Benjamin

En mi opinión, y como primera aproximación, creo que, precisamente, de ese interés por la cábala es que le viene a Borges eso que Galchen caracteriza como una convicción por ver los personajes de un libro como «string of words» y la lectura/escritura como una forma de «conjuro». ¿Cómo así?

Bueno, porque para el cabalista --ver el libro de Scholem On The Kabbalah and Its Symbolism, que fue uno de los usados por Borges--, el mundo no es sino una emanación (i.e., algo que emerge después de conjurarse) de un «string» de cuatro letras: el tetragrámaton hebreo: YHWH (יְהֹוָה).

(*) Hay una versión en inglés: The Total Library: Non-fiction, 1922-1986; en español: El idioma de los argentinos.

(**) Ficciones (Madrid: Alianza, 1995), 12.

(***) Sobre la conexión entre Borges y la cábala ver el excelente libro de Saúl Sosnowski, Borges y la cábala. La búsqueda del verbo (Buenos Aires: Pardes, 1986); igualmente, Jaime Alazraki, «Conversación con Borges sobre la cábala» (1971).

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Publicada originalmente en El amigo invisible (julio 2010).

Los ecos de Tocqueville

Borges dijo alguna vez que la democracia era un abuso de la estadística(*). 

Alexis de Tocqueville
Caricatura de Honoré Daumier (1849)
Fuente: Wikimedia Commons
Imagino que algo similar preocupaba al historiador francés Alexis de Tocqueville, quien, luego de una corta visita a los EE.UU. en 1831, escribió un libro que algunos consideran una radiografía de la democracia estadounidense de mediados del siglo XIX (el título es De la démocratie en Amérique). 

En el capítulo 7 de la segunda parte, donde el francés habla sobre los peligros de la «tiranía de las mayorías», Tocqueville nos dice:

Si jamais la liberté se perd en Amérique, il faudra s'en prendre à l'omnipotence de la majorité qui aura porté les minorités au désespoir et les aura forcées de faire unappel à la force matérielle. On verra alors l'anarchie, mais elle arrivera comme conséquence du despotisme

Hoy leía un artículo publicado por el periódico inglés The Guardian donde se describe el estado de desesperación en que se encuentran algunas familias musulmanas en el pueblito de Murfreesboro, Tennessee. 

En medio de la disputa sobre la Casa Córdoba en Nueva York y la amenaza (que sólo cabe calificar como terrorista) de la quema del Corán en Gainesville, Florida, estas familias, quienes tienen años viviendo pacíficamente en este pueblito sureño, se descubren ahora objeto de la desconfianza e, incluso, del odio de sus vecinos. 

A eso se añaden unas encuestas que indican que la mayoría de los habitantes de este país tienen una opinión negativa sobre el islam, lo que explica la reacción de la chusma murfreesboreana

En fin, leyendo esto no pude evitar pensar en Borges y Tocqueville.

Postscriptum

Por cierto, muchos años antes que Tocqueville, por 1781-1782, el venezolano Francisco de Miranda también visitó el país de Jefferson y Washington, dejando un informe, no tan detallado pero mucho más cándido en sus conclusiones que el de Tocqueville. El título en inglés es The New Democracy in America. Es una buena lectura.

(*) Borges Verbal por Pilar Bravo y Mario Paoletti (Barcelona: Emecé, 1999), 69.  

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Publicado originalmente en El amigo invisible (septiembre 2010).

lunes, 14 de septiembre de 2020

Pierre Menard, vicegobernador de Illinois

Los latinoamericanos solemos asociar el nombre de Pierre Menard con el que es quizás uno de los mejores relatos de Jorge Luis Borges: «Pierre Menard, autor del Quijote», de su antología Ficciones 

En la historia de Borges, Menard es un poeta simbolista francés que quiere componer un nuevo Don Quijote, uno que desatiende el «color local» pero es, sin embargo, "más sutil" que el original.

Casa de Pierre Menard
Casa de Pierre Menard en
Ellis Grove, Illinois.
Fuente: Wikimedia Commons

Desde su primera publicación (1939), mucha gente se ha preguntado quién era este Pierre Menard. 

Por ejemplo, sabemos que existió un comerciante de pieles canadiense-estadounidense llamado Pierre Menard, que también fue el primer vicegobernador del estado de Illinois, EE.UU., en 1818.

Curiosamente, ese Menard, cuyo primer idioma era el francés, fue elegido para representar a los habitantes de habla francesa de Illinois--razones obvias--, quienes en esa época constituían aproximadamente la mitad de la población del estado. 

De hecho, el condado Menard, en el mismo Illinois, lleva el nombre de este Menard, y su antigua casa, ubicada en el pueblo de Ellis Grove, también en Illinois, sigue siendo un sitio histórico popular hasta el día de hoy.

Aunque no hay evidencia de que Borges supiera nada sobre este Menard, algunas personas lo han señalado como una posible fuente del nombre. 

Por cierto, una lectura interesante sobre la conexión estadounidense entre Borges, Menard y el gran Allan Poe--Borges describe a Menard como «devoto esencialmente de Poe»--se puede encontrar en el libro de John T. Irwin, The Mystery to a Solution: Poe, Borges, and the Analytic Detective Story.

Existe también una teoría alternativa sobre un supuesto poeta simbolista francés llamado Pierre Menard, cuyas obras Borges aparentemente leyó cuando era joven, durante su larga estancia en Ginebra, Suiza. Sin embargo, hasta donde sé no se ha encontrado ninguna evidencia definitiva sobre el respecto.

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Una versión anterior en inglés de esta nota fue publicada originalmente en El amigo invisible (2014).

sábado, 12 de septiembre de 2020

Vargas Llosa, Borges y la elusividad del Nobel

Sorprende y alegra la decisión de la Academia Sueca de otorgar el Premio Nobel de Literatura, correspondiente a 2010, al escritor peruano Mario Vargas Llosa. 

Debo confesar que siempre pensé que Vargas Llosa no tenía ningún chance de recibir un galardón que, por lo general, y de acuerdo a cierta lógica difusa y poco consistente, suele evadir a escritores que, como es el caso del peruano, se inclinan hacia el lado «equivocado» del espectro político. 

 El ejemplo más elocuente de la implacable aplicación de esta lógica difusa por la Academia nórdica es, por supuesto, Borges. 

Aunque casi universalmente reconocido como una de las mayores figuras literarias de nuestro continente, Borges nunca recibió el Nobel. Él, quizás con la misma irónica dialéctica que castigara a aquel coronel de una famosa historia de Gabriel García Márquez (quién, por cierto, sí recibió el premio), se quedó toda su vida esperando ese elusivo telegrama o llamada telefónica de Estocolmo que, como la pensión del viejo coronel, nunca se materializó. 

El mismísimo Gabo escribió una vez sobre una de esas múltiples oportunidades en las que Borges estuvo muy cerca de ser galardonado, pero en la que la fortuna le jugó, no sin que mediara un poco de ayuda de su parte, una amarga trastada. 

El proceso de selección del ganador del Nobel se hace en varias etapas. El veterano García Márquez explica, 

los académicos suecos se ponen de acuerdo en mayo, cuando se empieza a fundir la nieve, y estudian la obra de los pocos finalistas durante el calor del verano. En octubre, todavía tostados por los soles del Sur, emiten su veredicto. 

En 1976, Borges era uno de los finalistas que había sobrevivido a la primera votación, en mayo, y uno de los candidatos más fuertes para obtener la aprobación final, en octubre. Sin embargo, el ganador final no fue Borges sino otro, el canadiense Saul Bellow. El Gabo cuenta:

Lo cierto es que, el 22 de septiembre de aquel año--un mes antes de la votación--, Borges había hecho algo que no tenía nada que ver con su literatura magistral: visitó en audiencia solemne al general Augusto Pinochet. «Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente», dijo en su desdichado discurso. «En Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden», prosiguió, sin que nadie se lo preguntara. Y concluyó impasible: «Ello ocurre en un continente anarquisado y socavado por el comunismo». Era fácil pensar que tantas barbaridades sucesivas sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet. Pero los suecos no entienden el sentido del humor porteño. Desde entonces, el nombre de Borges había desaparecido de los pronósticos.(*)

Pero aquel era Borges, que siempre fue, con cierto dejo de ironía y provocación, ambiguo en cosas de política. Vargas Llosa, en cambio, es más consistente y claro en sus posturas, así que alegra que se premiara su obra sin importar su política.

Posdata: septiembre 2020

El Premio Nobel de Literatura fue controversial una vez más este pasado año cuando, entre los premiados, estuvo el escritor Peter Handke

Handke es un destacado dramaturgo, novelista, guionista y director de cine austríaco. 

En los 90s, Handke fue un feroz crítico de las actividades de la OTAN en los Balcanes durante el conflicto bélico entre los países que formaban parte de la antigua Yugoslavia. 

Su postura fue considerada por varios sectores de la intelligentsia europea como demasiado pro-serbia, acusación que pareciera estar bien fundada, lo que generó una ola de protestas y denuncias en contra de su galardón.

Mucha de esta crítica se ha centrado en sus posturas políticas, muy cercanas a la derecha del espectro para algunos gustos, y sin darle mucha consideración a sus méritos (o deméritos) artísticos o literarios.

Ezra Pound
Ezra Pound photographed in 1913
by Alvin Langdon Coburn
Fuente: Wikimedia Commons
Como advierte el profesor Ben Hutchinson de la Universidad de Kent, Handke pareciera pertenecer a un «canon curioso» en el que se situarían autores como el estadounidense Ezra Pound y el francés Louis-Ferdinand Céline, ambos anti-semitas simpatizantes de dictaduras fascistas.

Algo similar--ser pro-dictadores--se podría argüir sobre Borges, como indicamos en la nota original más arriba.

Pero hacer eso sería injusto.

La verdad es que Borges nunca puso su «arte» al servicio de ningún régimen político--excepto por ciertos poemas de juventud sobre los que siempre se sintió avergonzado. Su estética fue más bien convencional, al estilo del «arte por el arte mismo» y muy distante de la militancia tan común entre muchos de sus coetáneos.

Algo diferente sería el caso de Pablo Neruda, por ejemplo, quien simpatizó con--y le dedicó algunos poemas de amor a--un dictador, el ruso José Stalin. Neruda tuvo, como el mismo Borges reconoció una vez, el talento suficiente para lograr lo que muchos otros poetas y escritores «comprometidos» nunca pudieron lograr: someter su arte a su militancia sin desmejorar la calidad de su trabajo. Por eso es que, a pesar de su política, el chileno siempre ocupará un lugar privilegiado en las letras hispánicas.

Sin embargo, y aquí volvemos al tema del Nobel, las afinidades de Neruda y otros--como el mismo García Márquez--hacia dictadores de izquierda como Stalin o Fidel Castro nunca los descalificaron para recibir la tan ansiada presea escandinava.

Lo que hace que uno se pregunte si el «canon curioso» no sería más bien otro.

(*) El País, 7 de octubre de 1980. 

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Una versión inicial de este ensayo fue publicado originalmente en El amigo invisible (octubre 2010).